Muñecas de vidrio
Capítulo 1
En ese entorno me crie, con sus costumbres campesinas, donde nos enseñan los oficios de la casa y también las labores de afuera, el trabajo de los hombres, como es el ordeño de vacas, el montar a caballo, el traer los becerros para encerrar en la tarde, el ayudar a limpiar las topocheras.
A mi nunca me gustó la cocina pero me tocó,
yo cambiaba el trabajo de la casa por el de afuera, yo prefería ir a montar a caballo, a ordeñar las vacas, prefería limpiar las topocheras, las plataneras, ayudarle a mis hermanos a rozar el monte para sembrar los conucos (los conucos es en donde se siembra la yuca, el plátano).
Las niñas elaborábamos nuestras muñequitas con botellas de vidrio
Yo cambiaba el trabajo de la casa por el de afuera, yo prefería ir a montar a caballo, a ordeñar las vacas...
Las niñas jugábamos a las muñecas y los niños a los caballitos;
las niñas elaborábamos nuestras muñequitas con botellas de vidrio y les hacíamos ropita, esas eran nuestras muñecas unas pequeñas botellas que les poníamos ropa, les hacíamos blusas y les hacíamos faldas, como no tenían piernas sólo se vestían de camisa y de falda.
Yo cambiaba el trabajo de la casa por el de afuera, yo prefería ir a montar a caballo, a ordeñar las vacas...
Ni siquiera conocía mi padre, lo vine a conocer a los diez y ocho
años, porque cuando yo era una bebé me negó. Incluso vendió la
finca y se vino a Yopal y mis tíos le decían: “Déjele la parte a ella,
déjele aunque sea una novillita o una vaquita para que ella el día de
mañana tenga”. Pero él decía:
Esa niña no es mi hija,
no es mi hija y no es mi hija”.
“Yo quiero ayudarla, yo quiero darle el apellido”
A los diez y ocho años me encontré yo frente a frente con él y ahí sí me buscó, ahí sí era la hija; me dijo: “Yo quiero ayudarla, yo quiero darle el apellido”. Diez años después tuve un sueño en el que lo vi muy enfermo, ya en el lecho de muerte y me pedía perdón. Le conté a mi madre y me dijo: “Hija, ¿por qué no buscar a ese hombre? ¿Será que está enfermo?”.
Y llegué hasta allá un 25 de diciembre, me vio y se puso a llorar. El señor estaba bien y lo perdoné. Una vez fui y le dejé una notica con mi tía, pero a los días recibí una llamada de una hija de mi padre y me dijo: “Él hace siete meses murió”.
Y llegué hasta allá un 25 de diciembre, me vio y se puso a llorar. El señor estaba bien y lo perdoné. Una vez fui y le dejé una notica con mi tía, pero a los días recibí una llamada de una hija de mi padre y me dijo: “Él hace siete meses murió”.
“Yo quiero ayudarla, yo quiero darle el apellido”